No hay una palabra que nos fastidie más a las madres que “mamitis”. Suele salir de boca de los abuelos y familiares, también de amigos y allegados e incluso de desconocidos, que también emplean la famosa frase “este niño lo que está es muy enmadrado”. De entrada, “mamitis”, que resulta un término francamente peyorativo, lo que trata es de explicar el hecho de que un bebé o un niño de corta edad reclame a su madre o llore porque ella se va, y no quiera estar con otras personas que no sean su madre.
La mamitis o el apego
Pero la “mamitis” es completamente natural, y no es otra cosa que la necesidad que experimenta el niño de estar próximo a su madre, porque es con ella con quien ha establecido un vínculo seguro. Y es algo natural y que le pasa a todos los niños porque forma parte de una fase normal del desarrollo, que va disminuyendo gradualmente a medida que el niño crece. Es más, lo preocupante es cuando un niño, al ver marchar a su madre, no llora, precisamente porque significa que no ha establecido con ella el vínculo afectivo necesario.
Así que no le des más vueltas, por más que te digan, la “mamitis” no es mala y no es un problema. Lo que ocurre es que los niños pequeños necesitan a su madre para consolidar aspectos tan importantes como la seguridad, la confianza y la autoestima. Y es natural que sufran ansiedad ante la separación, ya que el pequeño desea estar con su madre y siente angustia si ella se aleja, porque se siente inseguro, asustado, triste y a veces enfadado. Además, ¿qué hay de malo en que un bebé reclame a su madre?
El bebé va cambiando, y sus necesidades también
Lo primero para comprender esta necesidad que tiene nuestro hijo de estar a nuestro lado, es tratar de entender lo que siente: de hecho, a veces se nos olvida algo tan importante como ponernos en el lugar de nuestro hijo y comprender sus sentimientos en cada fase de su desarrollo. Desde que nace, nuestro bebé nos reconoce perfectamente como su madre, por el olor y por la voz, porque desde que estaba en nuestra barriga la ha estado escuchando. ¿Y qué necesita en estos primeros meses de vida? Pues de entrada, y por una cuestión de mero instinto de supervivencia, va a necesitar alimentarse frecuentemente y mantenerse alerta para tener siempre cerca a su cuidador principal. Y es que los humanos somos una especie altricial, es decir, que cuando nacemos no nos valemos por nosotros mismos, y necesitamos el cuidado de otro, es decir, de la madre. Es entre los 3 y 6 meses cuando el bebé reacciona de forma positiva frente a los desconocidos: se ríe con todo el mundo y no rechaza los brazos de los extraños. Su alerta ahora es selectiva, y la mantendrá en su madre sólo cuando la necesite o se sienta solo. Por eso, a estas edades es fácil que un bebé no se queje por estar en manos extrañas. Y por eso escucharás que te dicen “ah, pero si no extraña nada”.
A partir de los 6 o 7 meses, la mayoría de bebes empiezan a manifestar resistencia a separarse de sus cuidadores principales, y tener prevención hacia los extraños. Y este miedo a separarse de los papás se acentúa hacia los 12 meses, adquiriendo su máxima intensidad hacia los 2 años. “Pero si este niño no extrañaba nada, qué le pasa. Yo creo que está enmadrado”, escucharás que te dicen. El motivo es la angustia de separación. Porque hacia los 8 meses el niño ya sabe que es un persona distinta de sus papás, hasta entonces no lo sabía. Así que cuando se van, llora desconsoladamente. Además, los niños no tienen noción del tiempo, y si desaparecemos no saben si es por un rato o para siempre, si nos vamos muy lejos o muy cerca. Por eso lloran, por si acaso. Porque nos pierden de su vista. Y como casi siempre ocurre, al tratarse de fases que el bebé va experimentando, cuando ya ha desarrollado las suficientes habilidades cognitivas, en torno a los 3 añitos aproximadamente, va a mantener la relación con sus figuras de apego aunque éstas estén ausentes.
El apego: mamá es el vínculo seguro
La teoría del apego habla de la importancia que tiene para el ser humano crear un vínculo seguro con la persona que se encarga de su cuidado, idealmente la madre. Desde que nace, para el bebé es primordial establecer ese vínculo seguro con la persona que se va a dedicar a su cuidado, sencillamente por una cuestión natural, de supervivencia. El bebé nace con un deseo innato de contacto físico y psíquico con su cuidador. Al llorar, sonreír, gorjear, el bebé provoca una serie de reacciones en sus padres, con el objetivo de establecer ese vínculo y sentirse seguro. Digamos que nace “programado” para enamorar a sus padres y asegurarse así su supervivencia. También es su forma de asegurar que esa persona le alimente, pero ante todo se trata de un lazo afectivo que busca la seguridad y el contacto físico, independientemente de la comida.
Crear este vínculo seguro es necesario para que el bebé se sienta protegido y querido, y será gracias a este vínculo afectivo fuerte y confortable que se establece entre el niño y su figura de apego principal, es decir, la madre, como el niño podrá afrontar los retos que le irán surgiendo en la vida. Porque el apego favorece el desarrollo óptimo de la persona el resto de su vida, quizás por eso se denomine apego seguro. Y por eso, esa tendencia y necesidad del niño a mantener la proximidad de su madre, para tener una sensación de seguridad.
La crianza con apego y el famoso “lo vas a malcriar”
“Un niño que sabe que su figura de apego es accesible y sensible a sus demandas tiene un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, que le alimenta a valorar y continuar la relación”. Son las palabras de John Bowlby, psicoanalista inglés que introduciría la teoría del apego hacia mediados del siglo XX. Sería ya contemporáneamente cuando, a partir de los postulados de la teoría del apego, se hable de la crianza con apego. Una manera de criar a nuestros hijos, que requiere de nuestra parte un alto grado de implicación, dedicación y esfuerzo personal, y que busca ante todo crear este vínculo seguro con ellos. El contacto piel con piel inmediato al nacimiento, la lactancia materna, el porteo del bebé, el colecho, la respuesta atenta e inmediata al llanto del bebé y la desconfianza de métodos de entrenamiento de conducta del bebé son algunas de las cosas que defiende este tipo de crianza, cosas que muchas madres practicamos de forma instintiva, sin haber leído libros e incluso sin conocer qué es esto del apego. Porque una crianza natural, cercana, próxima, intuitiva e instintiva, considera que la prontitud en la respuesta al llanto es conveniente para crear un vínculo seguro. Y la cuestión es que no siempre vamos a saber por qué llora nuestro hijo. Lo que sí hemos de considerar es que, cuando el bebé pasa de una etapa a otra, puede mostrarse muy excitable o temeroso ante los nuevos cambios y alcances -aprender a sentarse, a gatear, a caminar, sentir que está próximo a hablar- y eso hace que llore. Por eso, coge a tu bebé si llora, y no temas por ello malcriarlo.
Sin duda, esta forma de actuar, siendo papás y mamás que acuden con prontitud al llanto o a los requerimientos de su hijo, va a acarrearnos el soportar ciertas críticas de gente de nuestro entorno. “Lo vas a malcriar”, te dirán. Porque los adultos solemos creer que nuestras necesidades son más importantes que las de los niños, y las necesidades de éstos pueden y deben posponerse. Pero cuando un bebé reclama al adulto es porque realmente lo necesita. Y sobre el malcriar, creo que son muy acertadas estas palabras del pediatra Carlos González: “No existe ninguna enfermedad mental causada por un exceso de brazos, de cariño, de caricias… No hay nadie en la cárcel, o en el manicomio, porque sus padres le cogieron demasiado en brazos, o le cantaron demasiadas canciones, o le dejaran dormir con ellos. En cambio, sí que hay gente en la cárcel, o en el manicomio, porque no tuvo padres, o porque sus padres le maltrataron, le abandonaron o le despreciaron. Y sin embargo, la prevención de esa supuesta enfermedad mental totalmente imaginada, el malcriamiento infantil crónico, parece ser la mayor preocupación de nuestra sociedad.”
¿Y por qué mamá?
Pues por muchas razones. Porque, para empezar, un bebé necesita a su madre. Porque, aunque también es imprescindible su padre, y también están los abuelos para cuidarle, mamá va a ser su principal cuidadora. Ella es quien le alimenta, le da el pecho, le calma, le da cariño, es la primera que se levanta de la cama para consolarlo si llora o está malito, es mamá la que suele estar más presente. Mamá es además, en esa etapa en que el bebé aún no habla pero sí entiende todo y se empieza a comunicar, quien mejor entiende y traduce lo que necesita, si es agua, si es algo concreto de comer, si es jugar a una cosa o la otra.
Quizás por eso, somos más mamás en el parque, en las ludotecas, en los grupos de crianza, a la entrada o salida de la guardería o del cole, porque lo queramos o no lo queramos en la mayoría de los casos, y motivada por esa todavía falta de conciliación laboral y familiar de nuestra sociedad, somos las que capitaneamos la tarea de criar a los hijos. Mamá es el vínculo seguro y por eso es a través suyo como el niño se lanzará a descubrir el mundo, porque es mamá quien le proporciona seguridad. Y porque, en definitiva, un bebé sencillamente quiere a su madre. De nuevo lo dice el pediatra Carlos González: “No la quiere por la comida, ni por la ropa, ni por el calor, ni por los juguetes que le comprará más adelante, ni por el colegio de pago al que le llevará, ni por el dinero que le dejará en herencia. El amor de un niño es puro, absoluto, desinteresado.”